Le miro, me mira… puedo sentir un inminente ataque. Como sus
patitas se adhieren al árbol lista para saltarme como si fuera otra rama.
Estaría complacida de participar en tal representación de la naturaleza dejando
de lado la rabia y los rasguños. Sería naturalmente agredida.
Un imperceptible miedo va creciendo mientras batallo por
tranquilizarme. Es absurdo que un ser tan tierno y esponjoso me pudiera herir…
pero aún así estoy desconcertada con su cercanía. Incluso pienso que sería
capaz de comerme en este preciso momento, que lo único que la detiene es que
prefiere comerse primero los crotones que le aviento juguetonamente.
Sube velozmente a la rama del árbol. Mientras esté arriba no
hay peligro. Quien lo diría, tengo cierto miedo de que una ardilla me ataque…
pero si uno lo piensa no es tan descabellado. Un día hay que acercarse a menos
de 30 cm. a una animal de ese estilo y se podrá ver con claridad como se siente
que te come hasta el alma de tan hambrientas que se encuentran.
Regresa, puedo escuchar su pequeño cuerpo moverse por el
tronco del árbol. Exige más y no quiero ser la siguiente. Tomo un pedazo de
melón y se lo aviento para indicarle el bonche de crotones que se encuentran a
la vuelta del árbol, en su punto ciego. Reacciona pero cree que el melón a
desaparecido engullido por el árbol. Repito el procedimiento y parece que ya se
dio cuenta del mensaje de paz que le intento comunicar. Se traslada al sitio
donde se encuentra la comida y toma otro pedazo de alimento para tragárselo con
una rapidez de pequeños mordiscos.
Poco a poco veo como se están acercando otras ardillas con
las mismas intenciones de alimento que la primera. Se acerca una con una
rapidez que me asusta, le lanzo otro melón que casi le acaba dando en la
cabeza. Acabo un tanto apurada mi comida y me preparo para partir lo antes
posible. Parada y lista me doy cuenta que se acercan más, 3, 4, 6. Incluso una
paloma se empieza a aproximar pero no puede comer porciones tan grandes de
comida por lo que se aleja decepcionada.
Con cierta distancia puedo volver a contemplar la ternura de esos animales. La última en llegar me observa con una mirada de mendigo que me derrite el corazón. Pero no puedo regresar, son como los patos: cuando te ven como proveedor de alimento intentan sacarte todo con una mirada de amenaza. Primero te cautivan pero una vez que empiezas no te puedes zafar.
Con cierta distancia puedo volver a contemplar la ternura de esos animales. La última en llegar me observa con una mirada de mendigo que me derrite el corazón. Pero no puedo regresar, son como los patos: cuando te ven como proveedor de alimento intentan sacarte todo con una mirada de amenaza. Primero te cautivan pero una vez que empiezas no te puedes zafar.
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